viernes, 3 de marzo de 2017

¿Sometida o protegida? La infantilización de la mujer y los roles de género en el pasado




En un artículo anterior exploramos el origen de la licencia marital en la Edad Moderna y las razones para su imposición, así como el por qué de la infantilización de la mujer. Acerca de este debate, Isidro, uno de los comentaristas habituales en este blog, realizó una observación que considero complementa bastante bien dicha entrada. Cito:Es verdad [a las mujeres] se las consideraba eternas menores de edad. Pero eso no significa que estuviera “sometidas” u oprimidas por el varón: estaban protegidas, que no es lo mismo. ¿Solicitaban ellas esa ayuda? Rotundamente, sí. Es exactamente lo mismo que ocurre con los bebés y los niños: los padres tienen que tener potestad sobre ellos, autoridad sobre ellos. Eso es diferente al “abuso” de autoridad. Si el chaval tuviera el mismo poder que el padre que lo DEBE proteger, ¿cómo podría el padre protegerlo? ¿Cómo podría evitar que saliera por las noches hasta horas peligrosas? ¿Cómo podría evitar que fumara o comiera bollería de continuo? El protector tiene que tener alguna suerte de autoridad respecto del protegido, so pena de quebrarse la posibilidad de protección (…).


Los niños son tratados, lógicamente, como irresponsables, como menores de edad mental, PERO eso no significa que sus padres los opriman en absoluto o que su vida sea menos valiosa que la de los adultos: más bien indica lo contrario. Con las mujeres pasa exactamente lo mismo que con los niños: puesto que su vida se estima más valiosa que la de los hombres, son consideradas como seres menos responsables. Ellas mismas (no todas, claro) lo desean así.

Quizá la parte que más dudas pueda generar es si efectivamente la mayoría de las mujeres exigió esta protección. Para ello voy a remitirme al artículo de Natalia Fiorentini “Familia y diferenciación genérica en la Nueva España del siglo XVI a través de los ordenamientos civiles y la correspondencia privada” (la negrita es mía).
Ciertamente había mujeres que preferían su independencia, como también señala Isidro. En la mayoría de los casos se trataba de viudas que debido a su riqueza no necesitaban a un hombre:De nuevo viene al caso hacer un paréntesis y señalar que la condena a las “viudas alegres” entre los moralistas de la época era fulminante. Francisco Osuna subrayaba que:


…hay unas viudas del mundo que se afeitan y hacen galanas y tornan a reverdecer en ellas las primeras locuras de su juventud. Estas viudas del mundo no se quieren casar, quieren estar sin marido, no por amor de Dios sino por mandar por entero en la casa y no deber sujeción al hombre ni pasar los trabajos del parir y criar, ni el dolor que se sigue a la muerte del marido … [Tampoco] se quieren sujetar a monasterio ni a marido y tiénense más que las casadas.

¿Pero se trataba de la mayoría? Todo parece indicar que no. Veamos lo que también escribe Fiorentini:Se esperaba que los padres cumplieran con un rol social que consistía en encabezar el hogar, proporcionar lo necesario para el sustento de la familia, ser fieles a sus esposas, ayudar a los parientes desprotegidos, salvaguardar la honra de las mujeres de la familia y corregir a los hijos. De ahí que cuando esto no sucedía se daban serios reclamos por parte de algunas mujeres a sus maridos, muy especialmente de aquellas abandonadas por sus esposos por haber emigrado estos últimos a la Nueva España.


Como se advierte con los varones en el apartado anterior, las mujeres casadas que permanecieron en la península -algunas de las cuales se reunirían con sus maridos posteriormente- no cambiaron sus expectativas en cuanto a la obligación que éstos tenían de proveer lo necesario para su familia a pesar de su partida a tierras americanas.


Las cartas dan cuenta también de que así como algunos hombres casados no cumplían con sus deberes, muchos otros cruzaron el Atlántico y llegaron a la Nueva España para ganar “buena hacienda” y sustentar de mejor manera a sus familias, y en cuanto tuvieron posibilidades de hacerlo enviaron -ya fuera por amor a los suyos o porque la ley los obligaba– por sus mujeres e hijos a la península para reunirse con ellos en la Nueva España.

El artículo recoge varios de estos casos donde efectivamente la mujer reclama el regreso de quien supuestamente la “sometía”, su marido, en ocasiones invocando la ley:
Sirva como ejemplo el caso de María Gómez, quien pedía a su marido que regresara a España a cumplir con su deber de proveedor:
“…suplico a V[uestra] m[erce]d, por amor de Dios, se compadezca de mí y de los grandes trabajos que he padecido y padezco por criarle [al hijo de ambos]… y …se venga con toda brevedad del mundo y haga conmigo y con su hijo como cristiano que es”.


Otras tantas escribieron a sus esposos acerca de lo desprotegidas que se sentían con su ausencia, y solicitaban les enviasen algún dinero para su sostenimiento, para no caer en desgracia y poder conservar su honra. En este sentido, Leonor Gil de Molina dice a su esposo:


…es tanta la pena que mi corazón tiene de verme con tantos trabajos y ver que tan lejos está mi remedio. Que muchas veces, si Dios no me tuviese, hubiera hecho ya un desatino … Por amor de Dios, que os acordéis del trabajo que las dos tenemos [ella y su hermana enferma], y si es posible enviar algún dinero para pagar la casa en que vivimos.


Santa María escribió a su marido en Acapulco para decirle que conoce de sus infidelidades y que está dispuesta a pasarlas por alto si regresa con ella a España; también le solicita que envíe algún dinero para casar a su hija:
…Dios le ponga en la memoria el mal que ha hecho y … el olvido que ha tenido de su hija y mujer, que soy yo. V[uestra] m[erced] se podría venir en la primera flota, o si no me envíe al menos un resuello con que viva y case a nuestra hija … Y si se deja venir por los hijos que tiene, aunque hechos en pecado mortal, tráigalos que yo los criaré, aunque eso no lo hiciera ninguna mujer del mundo.


Algo similar escribió Elvira de Peñaranda a su futuro esposo, aunque en realidad ella no se mostraba asombrada por sus infidelidades, incluso le amenazó con meterse a monja si no regresaba a su lado:


…De enojada no quería escribir, pero el mucho amor me forzó a escribir y como entiendo que vivo engañada -como siempre estaba embebido con la mestiza- no se acordó de la moza a quien había dado la palabra, y fue muy buen salto el de la moza a la vieja, que todavía las viejas regalan a los mozos y ponen cama. De eso no me espanto, que en mi presencia lo hacíais, cuanto más en mi ausencia … mire que aquella moza a quien le dio la palabra dice que se ha de venir, si no que se meterá a monja.

En otro testimonio también encontramos una amenaza hacia el marido para que regresara:Porque confío yo en Dios… que os tengo que ver en España; cuando no quisieres de voluntad ha de ser de fuerza, porque por ser yo mujer honrada y querellosa … no os he traído por fuerza, que bien sabéis vos tengo poder para hacerlo.

En estos casos, las mujeres reclaman la vuelta del marido, principalmente por motivos económicos, pese a que en casos de ausencias largas como los viajes a América las esposas obtenían del juez una licencia general que les otorgaba plenos poderes para administrar sus bienes.
Por otra parte, si la mujer contaba con una buena dote, podía convertirse en el miembro dominante del matrimonio, aunque la ley estableciera que el hombre era quien tenía derecho a administrarla:Cabe mencionar que los moralistas de la época se oponían a la dote por considerar que cuando las mujeres llegaban al matrimonio con un cierto peso económico, era imposible obtener de ellas la famosa sumisión que debían guardar al cónyuge. Juan de Soto afirmaba que cuando uno se casaba con una mujer, “si es rica, bravo tormento sufrirá”. En el mismo sentido se expresaba Francisco Escrivá, quien observaba que la esposa rica era intolerable e insufrible, “quieren ser señoras y mandar, y tener sujeto al marido por la riqueza del patrimonio que le han traido”.

Isidro también añade:(…) la minoría de edad de muchos, pero muchos niños no les impide ser “los reyes de la casa”, que los padres hagan casi todo lo que los niños les piden, hasta el punto de que no pocas veces esos padres están punto menos que tiranizados por éstos.

La italiana Modesta Pozzo (1590 d.C.), en su obra El valor de la mujer: donde se revela claramente su nobleza y superioridad con respecto a los hombres, escribió de boca del personaje Corina un pasaje que apoya esta afirmación:¿Acaso no vemos que el justo deber de los hombres es salir a trabajar y agotarse intentando acumular riqueza, como si fueran nuestros auxiliares o ayudantes, para que podamos permanecer en casa como la dama del hogar, dirigiendo su trabajo y disfrutando de su beneficio? Ésa, si quieres, es la razón por la que los hombres son naturalmente más fuertes y más robustos que nosotras: tienen que serlo para poder aguantar el trabajo duro que deben padecer para servirnos.

Por su parte Lucrecia Marinella en la obra “La nobleza y excelencia de la mujer y los vicios y defectos de los hombres”, publicada en 1653 d.C. (p. 71) escribió:Es una maravillosa visión observar en nuestra ciudad a la esposa de un zapatero, un carnicero o incluso un portero, vestida de seda con cadenas de oro en el cuello, con perlas y anillos de gran valor en sus dedos, acompañada por un par de mujeres a cada lado para ayudarla, y entonces, en contraste, ver a su marido cortando la carne, manchado con sangre de buey, desaliñado, o cargado como una bestia de carga, vestido con ropa tosca, como los porteros. Al principio puede parecer una anomalía extraordinaria ver a la esposa vestida como una dama y al marido tan despreciablemente que parece ser su sirviente o mayordomo, pero si lo consideramos cuidadosamente lo encontraremos razonable, porque es necesario que la dama, incluso si es humilde y de clase baja, esté adornada de esta forma debido a su natural excelencia y dignidad, y que el hombre esté menos adornado, como un sirviente o una bestia nacida para servirla.

No es posible crear estadísticas sobre cuántas mujeres exigían la protección del hombre, pero con los datos recogidos todo apunta a que así era en la mayoría de los casos. De hecho, Isidro argumenta que las exigencias de protección y provisión no han desaparecido, sino que se están transfiriendo de los hombres hacia el Estado (he añadido hipervínculos donde lo he visto necesario):Le diré más: la cosa no ha cambiado mucho. Por supuesto, hay mujeres que no desean ser protegidas por el hombre o el Estado (o no más que lo desea el hombre común), pero todas o casi todas las adscritas al feminismo, DESEAN ser consideradas menores de edad. Es decir, que papá Estado les consiga de gratis un montonazo de cosas y privilegios. Es muy fácil pedir ser tratado como mayor de edad mientras se le pide al hombre, y consigue de él, cosas como las siguientes:
·Menores penas de cárcel por los mismos tipos de delito·Leyes exclusivas para proteger a las mujeres por la violencia doméstica.·Mili obligatoria solo para los hombres. – Aborto exclusivo para las mujeres ·(los hombres podrían “abortar” [jurídicamente] en los términos que aquí ha propuesto Carlos).·Pensiones vitalicias en caso de divorcio. – Custodia de los hijos para ellas por defecto.·Presunción de inocencia solo para ellas en determinados tipos de delito.·Infinidad de ayudas monetarias por el hecho de ser mujer. – Leyes de cuota o paridad.·Diferentes e ingentes medidas de “discriminación positiva”.·Propaganda deferente hacia la mujer en todos los medios de difusión.·Propaganda de criminalización del hombre.·Hipersensibilidad de los medios de difusión ante los problemas de las mujeres y completo olvido de los de los hombres.·Más recursos médicos para los problemas de salud de las mujeres.
(…) el feminismo no es otra cosa que la lucha de las mujeres por seguir siendo consideradas menores de edad por un lado y mayores de edad por otro. Mayores de edad para todo lo bueno (puestos directivos, por ejemplo, reconocimiento por su labor científica, literaria, etc.) y menores de edad para los grandes marrones de la vida (la mina, la pesca, la milicia, la basura, la cloaca).

Este deseo de protección también es palpable en numerosos movimientos e iniciativas para combatir la violencia contra la mujer pese a que este sexo sea el que estadísticamente menos la sufre (p. 6).
Isidro también exploró la naturaleza del enlace matrimonial para rechazar la idea de que la institución equivale o equivalió al sometimiento:Yo no sé de ningún esclavo o persona completamente sometida a otra que CELEBRE por todo lo alto el momento en que se hace efectiva la relación de sometimiento. ¿Sabe usted de algún esclavo negro (o del color que sea) que celebre por todo lo alto el momento en que su amo lo compra o secuestra? Yo no, pero tal vez usted me pueda informar de algún caso. Las mujeres, sin embargo, se diría que tienen cierta inclinación a ser sometidas por sus maridos, o NO se explica la tremenda ilusión con que la inmensa mayoría de ellas hacen los preparativos de boda, se prueban sus maravillosos vestidos blancos, hacen, nerviosísimas, los preparativos de la boda y se suben al altar para decir el sí quiero a su futuro “opresor”. No se explica como muchas declaran que ese día del casamiento es el MÁS importante de sus vidas. O las mujeres son muy masoquistas o es completamente falso eso de que los maridos las tenían completamente sometidas.

De hecho, como hemos visto en el caso de Modesta Pozzo, parece ser que si el enlace matrimonial representa el sometimiento de alguien, es el del hombre. A finales de la Edad Media, por influencia del amor cortés, la relación romántica era frecuentemente comparada con el vasallaje, donde el hombre tomaba el papel de vasallo y la mujer el de señor feudal. ¿Pero heredó el matrimonio occidental algunos aspectos simbólicos de este vasallaje romántico?
                                                  
                                        

Según Peter Wright el hincar la rodilla por parte del hombre para pedir la mano, y el intercambiar anillos, entre otros elementos, tiene un origen feudal que simboliza este vasallaje del hombre a la mujer, como se hacía entre el señor feudal y su vasallo. Wright se apoya en la obra de la historiadora Joan Kelly Women, History and Theory (p. 23) y otras fuentes para hacer su caso. Recordemos en qué consistía el homenaje:Uno de los actos del ceremonial de un pacto de vasallaje, por el que el vasallo -desarmado, descubierto y de rodillas- colocaba sus manos juntas en las del señor, quien las tomaba entre las suyas, simbolizando, respectivamente, la entrega de su persona, convirtiéndose en su «hombre», y la aceptación de la entrega.

Lo cual nos recuerda a la petición de matrimonio que los hombres realizan hincando la rodilla de algunas culturas occidentales. El intercambio de anillos, también presente en este tipo de ceremonias (pero no siempre), serviría para sellar el contrato, y aunque se encuentra presente en otras culturas como la egipcia o la romana, aquí tendría un significado distinto.

                            
En conclusión, es cierto que a la mujer se la trataba como menor de edad (por razones que ya hemos explicado), y aunque no era una situación justa desde un punto de vista contemporáneo, parecer haber sido la preferencia mayoritaria tanto de hombres como mujeres, quizá por adecuarse mejor a sociedades donde el trabajo dependía de la fuerza en la mayor parte de los casos, además de otros factores también explicados. No es sorprendente, pues, que fuera Isabel la Católica quien aprobara la ley de licencia marital (p. 105), y su hija Juana quien la promulgara durante su reinado.
¿Podía esta situación conducir a abusos? Sin duda, igual que ocurre con la desigualdad de poder entre padres e hijos. Pero en ambos casos, hablamos de fenómenos minoritarios. Y cuando se trataba de violencia en la pareja, pese a la idea popular de que el maltrato se toleraba, existían recursos para que las mujeres denunciaran y se separaran de sus maltratadores, tema que también traté en este espacio con ejemplos concretos. Del mismo modo, la ley protegía a las mujeres en caso de tener maridos derrochadores, pudiendo ellas exigir la restitución de la dote.
Hemos de tener mucho cuidado a la hora de realizar generalizaciones como “la mujer ha estado sometida en el pasado” porque simplifica una realidad histórica de gran complejidad donde no todo es lo que parece.
(AD)

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