domingo, 8 de octubre de 2017

La historia de ficción



Cuando en una historia de ficción una mujer se enamora de un hombre considerablemente más rico, lo más probable es que nos enteremos al poco tiempo que a ella el dinero no le interesa en absoluto y que su única y auténtica motivación es el amor. Si lo busca por su posición económica, o si ella misma es rica, se convierte en la malvada de la historia y no es la protagonista. El discurso romántico está construido sobre la idea de que el amor se opone a la norma mercantil.
De joven fui completamente persuadida por esta filosofía. La moraleja que me quedó fue: los recursos económicos de un hombre no importan, lo único relevante es el amor. Por eso enorme fue mi sorpresa cuando años más tarde observé cómo mujeres con ingresos propios formaban pareja con hombres de mejor posición económica que ellas. Algunas tuvieron hijos, otras no. Diversos estudios muestran que las mujeres en promedio prefieren hombres de igual o superior posición económica que ellas, aún cuando sus ingresos puedan ser excelentes (Townsend, 1998), mientras que no ocurre lo contrario, que en promedio los hombres prefieran formar pareja con mujeres de iguales o superiores ingresos económicos a los suyos. Cuando ellos pierden el trabajo, también es más frecuente que ellas decidan divorciarse, y tampoco es común que lo mismo pase con los hombres cuando las que pierden el trabajo son ellas.


Puede ocurrir que a ellas no les interese el dinero de él, pero sí su equivalente: el estatus, que a veces es una forma indirecta de acceder al dinero, a otros recursos, bienes simbólicos o protección. Si ellas son flautistas, es más probable que se sientan atraídas por el director de orquesta que por el que toca la pandereta. Sin son alumnas, preferirán al profesor y no al compañero. Este mecanismo es común en gran cantidad de hembras animales. El pájaro tejedor africano construye un nido y si a la hembra le gusta, se aparean. El pájaro Gray Shribe, del Negev, junta presas y objetos útiles como plumas y los ofrece en el cortejo. Darwin ya había observado que en la mayor parte de las especies las que más invierten tiempo y esfuerzo en la reproducción son las hembras. Esto las vuelve más selectivas y buscan machos en parte basadas en su disposición a contribuir con recursos para la cría. Mecanismos adaptativos favorecieron a los machos que competían con recursos y estatus por el acceso a las hembras. El homo no es una excepción, y esto -además del sexismo- en parte explica por qué acceden con más frecuencia a puestos jerárquicos.


De modo que el estereotipo del macho proveedor más que causa es la consecuencia de un mecanismo psicológico que desarrollaron nuestros ancestros, gracias al cual estamos vivos. ¿Tiene esta predisposición biológica carácter prescriptivo? ¿Significa que los hombres deben mantenernos de por vida? No, pero destaca algo que no siempre recordamos: la crianza de un niño pequeño es muy absorbente, durante los primeros años más tareas recaen sobre la madre (como gestar y amamantar), y son necesarios recursos económicos. Hay cierta evidencia de una particularidad que será difícil de digerir para las feministas dogmáticas: las mujeres en muchas sociedades con igualdad de derechos sexuales se sienten en promedio más atraídas por las tareas de la maternidad que los hombres (Buss, 2003). Esto no implica que un hombre no pueda criar a un hijo, solo nos habla de intereses promedio y tampoco implica que siempre vaya a ser así.
Los países con Estado de Bienestar suelen ayudar económicamente a las madres que crían solas a sus hijos (Israel, países de Europa del Norte). Saben que la reproducción es un trabajo, lleva muchos años e implica también un aporte económico para la sociedad futura.


¿Hay mujeres que abusan de este esquema? Sin duda. Tienen hijos y luego se despreocupan de por vida de aportar dinero al hogar, a veces en forma abusiva, y a veces comprensiblemente, ya que han pasado los veinte años en los que más éxito profesional podrían haber tenido criando hijos, con una división del trabajo clara y más bien tradicional.
¿Ser madre puede ser una vocación? No hablo de instinto aquí, sino de vocación. Lo ignoro, y tal vez no sea muy buena idea dedicar la vida solo a los hijos, y luego solo a los nietos, sin generar intereses propios y extrínsecos a la familia. No obstante, veo que muchas mujeres profesionales han dejado gustosamente sus carreras para dedicarse a la vida hogareña. La división del trabajo es clara, tradicional, sin que nadie sufra o se sienta objeto de un abuso.


Con todo, las historias de ficción y nuestro propio sentido común nos llevan a considerar vergonzoso que una joven mujer se fije en la posición económica de un hombre. En la serie catalana Merlí hay una escena en la que un estudiante visita la casa de una chica que le gusta. "La Tania" pertenece a una familia de muy buena posición económica, y "el Paul" es hijo de un hombre pobre que descendió todavía más en la escala social con la última crisis económica. "El Paul" se siente mal cuando comprueba cuánto constrasta el estilo de vida de "la Tania" con el suyo y se va. En la siguiente escena están en la casa de él, muy humilde, con su padre desocupado. "La Tania" queda redimida ante los ojos de la audiencia cuando comparte una modesta pizza de dos euros con su amado. Moraleja: busca un príncipe, pero sin que se note mucho lo del palacio. Solo si eres rica comerás pizza con un pobre, pero sin que se note mucho lo de la hipoteca.


La novela romántica parece conciliar el desinterés que presupone el amor, y su presunta irracionalidad, con el acceso a recursos materiales y simbólicos, un criterio estrictamente racional. Nos dice: "Seducirás a un hombre de estatus superior, pero no creerás ni harás creer que eso te importa. Procurarás conquistar al príncipe azul como si fuera uno de sus vasallos."


Próximamente en el blog Feminismo científico.
En Twitter, ahora: @feminisciencia

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